Menuda estupidez


A veces quisiera morir. Así, sin más. Desvanecerme, huir, desaparecer, dejar de existir. 

Sin embargo, las ideas me corroen: ¿qué hay después de la muerte? ¿duele? ¿me iré al infierno? ¿existen un cielo y un infierno? Menuda pendejada. 

La sociedad nos ha enseñado a temerle a la muerte porque, ¡vivir es maravilloso!, según ellos. Maldita sea, ¿qué hay de los renegados que nos cansa la existencia misma? Carajo, cómo desearía que mi cerebro a veces se callara; qué cansado es sentir mi corazón latir. 

La realidad - mi realidad - es una constante lucha por no suicidarme cada mañana; es una constante lucha por salir de la cama. ¿Y todo para qué? Para que llegue un fulano a decirme que la vida es maravillosa y que debería estar feliz de poder estar viva un día más. ¿Estar viva un día más? Como yo veo las cosas, cada día que pasa me acerca más a la muerte. Entonces, ¿cómo quieres estar vivo cuando cada día tu cuerpo se atrofia más, tus vicios te corroen implacablemente, el sexo se vuelve monótono? Menuda estupidez. 

Si yo no me quiero sentir viva, no lo haré. Si yo quiero beber, comer, coger, dormir y tirarme a la autodestrucción masiva, lo haré. Si tomar actitudes insanas es disfrutar, y si puedo disfrutar de la corrupción de mi carne ¡a la mierda todo! lo voy a hacer gustosa. Si tener altos niveles de nicotina en mi sistema, me hace estar en paz y tranquila, ¿A qué tienen que venir fulanos - con un alto sentido de falsa moralidad - a indicarme que voy por mal camino? 

A mis veintiséis años, he descubierto que la línea que separa al bien del mal, es tan delgada y frágil que una simple pluma la puede destrozar. Así, como en este preciso instante. Así, como cada minuto que pasa.